FRANCISCO JAVIER MILLÁN/ESPIRITU DEPORTIVO. Noche rara, noche de fenómenos inexplicables. Horario raro, 21 horas de un lunes laboral. Jornada que da pie a supersticiones, jornada 13. Y visita de un equipo gallego, familiarizado con las meigas, esas en las que nadie cree… pero que haberlas, haylas.
La maldición de inicios de temporada ha vuelto a enfrentar al Real Zaragoza con su cruda realidad: o hace muy bien las cosas, o lo paga muy caro. Y es que no me digan que no huele a mal-de-ojo que se haya sufrido el cuarto 0-1 en el estadio municipal de La Romareda cuando solo hemos disputado 7 partidos. No me digan que no es extraño que de 13 partidos disputados el equipo aragonés solo conozca las dos caras extremas del juego: la victoria o la derrota. No me digan que no cabrea hacer más méritos que el rival para sumar los 3 puntos, o al menos no perderlos, y que terminen por robártelos sin darte cuenta.
El Celta salió al campo desde el principio con la intención de contagiar al Real Zaragoza la morriña de su juego. El planteamiento de Paco Herrera era sencillo, congestionar el centro de campo para impedir la circulación de balón y cerrar a cal y canto el pasillo central. Suficiente.
El Zaragoza no se puede decir que no lo intentó. Aunque falto de las ideas y la profundidad de los últimos partidos, el equipo aragonés se mostró ordenado, serio, con muy pocos errores atrás. La entrada de Edu Oriol como titular pretendía sumar más posesión y mantener la jerarquía en el área de creación. Sin embargo un Celta muy solidario en las ayudas se bastaba para cortar cualquier entrada por el medio y el juego de bandas del Zaragoza no terminaba de carburar.
Aún así la primera parte fue de dominio local. Víctor Rodríguez volvió a mostrarse peligroso en ataque y Movilla desplegaba su veteranía para impedir cualquier reacción del equipo vigués. Sin embargo la mayor posesión no se traducía en ocasiones, solo en perpetuas jugadas de “casi”. Poco más en la primera parte, un gol anulado a Postiga, un penalti protestado y un clarísimo codazo de Cabral a Montañés que debía haber sido cartulina roja. Hasta ahí pareció llegarle la gasolina al Real Zaragoza. La segunda parte fue de una impotencia manifiesta. Nada más salir, ocasión que despeja Varas. De ahí a la siguiente ocasión clara del equipo maño trascurrieron 45 minutos de toque infructuoso y un gol del Celta. Y después, el silbato del árbitro.
Manolo Jiménez esta vez perdió claramente la pizarra. Edu Oriol era una decisión sensata visto el planteamiento, aunque el catalán desperdició la oportunidad desplegando un juego lento y por momentos exasperante. Demasiado tarde quiso cambiar Jiménez a Oriol. Esta vez buscó más mordiente en ataque sacando a Aranda. Sin embargo la presencia de dos delanteros no pareció solucionar un problema que se resolvió muy bien en la jornada anterior ante el Depor. El entrenador andaluz cuando quiso volver a cambiar el esquema ya se había quedado sin tiempo y sin puntos.
El Celta hizo poco en la segunda parte, tan poco como en la primera, pero sí hizo bien una jugada, la del minuto 83. Krohn-Dehli, el mejor del equipo gallego, se fue de Sapunaru para enviar un balón al área que entre la confusión Iago Aspas logró rematar ajustado al palo. 0-1 y para casa. La Romareda estupefacta. Pocas veces un equipo había hecho tan poco para llevarse una victoria del estadio municipal. El mismo discurso que ante Valladolid, Málaga y Getafe. El mismo 0-1. Y es que nadie cree en meigas… pero haberlas, haylas.