ESPIRITU DEPORTIVO. Por mucho que uno se haga mayor, nunca se deja de aprender.
Y una de las lecciones deportivas que me dieron hace ya unos añitos y que no recuerdo que nadie me hubiera dado cuando era pequeño jugando a fútbol o balonmano (pese a la nobleza que existe generalmente en este último), llegó precisamente en el deporte que Roger Federer y Rafael Nadal volvieron a poner en primera línea informativa con una final tan inesperada como atractiva del Open de Australia. Retomaba yo la práctica del tenis rebasados ya los treinta e intentaba comprender qué debía hacer estratégicamente en un partido. Mi entrenador me lo explicaba con paciencia, hasta que en un momento determinado le hice la pregunta clave: “¿y si cuando yo pongo esa bola liftada pero blanda, él me la coloca aquí?, dije señalado la zona de mi revés. “Si la coloca ahí, le aplaudes, le das la mano y le dices ‘bien jugado’”. Una respuesta tan sencilla como llena de significado. Es así de simple. En deporte, si el oponente es mejor que tú no debería haber otra reacción más que la de felicitarle.
Así lo hicieron Federer y Nadal en Melbourne. Primero fue Rafa el que dijo “creo que Roger lo merecía más que yo” y después le tocó al campeón dejar una frase para la historia: “Si hubiera empates en el tenis, estaría orgulloso de compartir este trofeo con Rafa”. Grandes rivales y grandes deportistas.
Mientras en el deporte de la raqueta sucede esto, el fútbol español continúa viviendo en un insoportable estado de histeria en el que cualquier cosa y todo el mundo está bajo sospecha. Basta con conectarse a twitter cuando juegan Barça y Real Madrid para comprobarlo. Una jauría. Depende desde qué color se mire, las jugadas tienen una u otra perspectiva. Coinciden sólo en que cuando su equipo no gana, siempre es culpa del árbitro. Todo son complots y conspiraciones… Menos cuando esto le pasa a un conjunto menor. Si es el modesto el que levanta mínimamente la voz, la jauría lo mira por encima del hombro, como si estuviera perdiendo el juicio, y acaba por ‘aplastarlo’. Se trata, simplemente de ‘gritar’ más que él. Como si eso le diera la razón.
Es el reflejo de la ausencia total de cultura deportiva de, sobre todo, ciertos analistas deportivos. No saben mirar más allá. Es fácil identificarlos. Son normalmente los que no han jugado ni juegan a las chapas.
Esta falta de formación es extensible a otros aspectos de la vida. ¿Quién no tiene o ha tenido a su alrededor al típico que siempre está fijándose en lo que hacen los demás y casi nunca en lo suyo? ¿Quién no conoce al que cuando se equivoca siempre busca a alguien al que echarle la culpa? Suele coincidir con el que nunca aplaude cuando el rival lo hace bien. Es lo que tiene ver el deporte sólo desde la perspectiva que te da una bufanda. Para la jauría no hay ‘ojo de halcón’ ni tecnología que valga. Ya tienen la suya particular.