JAVIER IBÁÑEZ/ESPIRITU DEPORTIVO. Llegaba Ndri Romaric a Zaragoza tras disputar la Copa África y lo hacía, a simple vista, con un estado físico mejor. Eso es innegable, se le ve más fino. Pero solo eso, más fino.
El jugador africano mostró una figura más estilizada pero sobre el terreno de juego dejó ver que sigue igual que siempre, siendo un jugador pesado en sus movimientos y sin fondo físico. Mientras el partido estaba en igualdad numérica, se le veía cierta predisposición en una posición no habitual en él, por delante de la defensa, intentando dar una fluida salida al balón. Pero todo cambió tras la expulsión de Héctor.
Cuando el Real Zaragoza se quedó con uno menos, Jiménez decidió sacar del verde tapiz de La Romareda a Movilla, pieza clave en el equipo, para dejar en el doble pivote a Romaric con Apoño. En ese momento Romaric debió entender que no merecía la pena esforzarse demasiado ni correr más de la cuenta para intentar salvar el partido. Desde que Apoño fue su único acompañante, Romaric paseaba vagamente por el terreno de juego sin ni siquiera hacer algún sprint en los repliegues cuando la Real armaba su ataque. El trote del costamarfileño era su seña de identidad.
Esa pasividad de Romaric en una parcela clave como es el centro del campo, ayudó mucho al desfonde del Real Zaragoza y a la tranquilidad y superioridad, más aún a pesar de la numérica, del equipo donostiarra, que dominaba el centro del campo a su antojo y sin apenas pisar el acelerador con Prieto y Vergara al mando. Romaric dejó de luchar y le enseñó la vida a la Real Sociedad para servirle en bandeja la muerte al Real Zaragoza.
Al finalizar el encuentro, el propio Romaric indicó que “hay que echarle huevos”, una bonita declaración que lo será más cuando él se la aplique el primero porque por ahora, Romaric, es el mismo de siempre.
Sígueme en Twitter: @javiibanezz